Independiente fui, para no permitir pudrirme sin renovarme; hoy, independiente, pudriéndome me renuevo para vivir.
Nahui Olin
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"La canción del pulque", de Everardo González, es un crudo documental sobre la Ciudad de México. Ese espacio de consumo que puede destruir todo. Alcanza en su onda expansiva y "Pirata" el espacio mismo donde se produce lo que ahí se consume, por ejemplo, las magueyeras o la vida tlachiquera. Quizá ahí radica su belleza efímera, tan potente en los utensilios y formas de la pulquería. Junto con la tierra, el color, en todo México, es el eje central, lo que se marchita y palidece sin cesar. https://www.youtube.com/watch?v=SPITon26ck8
Dentro de los principios barrocos que Bolívar Echeverría detecta para explicar la socialidad americana, está el principio de exageración, que etimológicamente tiene que ver con acumular. Otro principio central es derrochar. Ahí se constituye una dialéctica americana, trágica y festiva: acumular y derrochar. La base de comportamiento acumulativa se centra una y otra vez en una exageración estética y sacra, festiva y ritual. De hecho, es esa dinámica la que marca el nexo temprano entre el arte barroco y el catolicismo de la contrarreforma. A lo largo de toda la historia americana esto se manifiesta constantemente como una exacerbación de estilos artísticos, poliformas estéticas y políticas barrocas, y una infatigable ritualización de la vida cotidiana.
"El principio del verano" (1951) es una película ejemplar de Yosujiro Ozu. Grabada bajo el principio de la des-dramatización subjetiva, pues todo el drama ya está constituido en los espacios, Ozu insiste en señalar que la vida desplegada en las sociedades modernas del siglo XX es una jaula que tiene como su centro productivo y represivo la cocina, lugar desde donde la mujer debe reproducir la vida doméstica y reprimirse. La protagonista, Noriko (Setsuko Hara), sabe perfectame nte esto y sabe, además, que no hay otro futuro en el mundo postbélico que ha cifrado la Segunda Guerra Mundial. Su estrategia entonces es divertirse y sacrificarse bajo sus propios códigos y no los que le dicta la forma patriarcal de ese Japón. Ozu, por su parte, vuelve a mostrar una complejidad barroca pocas veces alcanzada en el arte del siglo XX: toda la tragedia del mundo humano ya está cifrada en nuestra forma de torturar a las formas naturales y animales de este planeta. ....