Tirar a matar
La ejecución de Jean Charles Menezes, el electricista brasileño que residía desde hace tres años en Londres, y la abierta aceptación de la policía londinense de que tirará a matar en caso de que haya sospechas de que un hombre o una mujer es, realmente, un o una suicida que se dispone a detonar una bomba, nos deja ver la densidad moral de Inglaterra y de los llamadas países occidentales.
Si bien ha habido un amplio debate sobre el tema, el punto ha sido reafirmado una y otra vez: la fuerzas del orden tienen todo el derecho para actuar en franca violación de los derechos humanos, si está en riesgo la vida de otras y de otros.
El argumento, si bien inmoral, parece ser convincente para la población, más del 65% lo ha aprobado en las encuestas de la BBC. En un tono jactancioso, algunos reporteros y algunas reporteras han preguntado, a personajes que han criticado la medida, cosas como ésta: si alguien viene corriendo hacia usted y quizás oculta entre sus ropas una bomba, ¿no debe la policía disparar? (Se entiende que, a la usanza israelita, debe disparar a la cabeza y hacer estallar el cerebro para impedir que el cuerpo responda, que un solo dedo pueda tener fuerza para jalar un cordón y activar una bomba). La respuesta, generalmente, ha sido sí, debe de disparar, pero sólo como última medida y en caso de que haya justificada sospecha. El problema, como se ve, no tiene solución. ¿Qué es justificada sospecha?
Se dijo, en busca de tal justificación, que Menezes no respondió a las indicaciones de la policía, que saltó los torniquetes del metro y que portaba un abrigo inusual para verano. No sólo eso, la inmediata reacción del jefe de la policía fue engreída y peligrosa, afirmó que esto era una indicación de que se debían obedecer las ordenes de la policía. A la mejor costumbre de las formas de poder, el jefe nos amenazó por imprudentes. Sin embargo, poco a poco se han ido aclarando las cosas: no hay ninguna prueba de que Menezes haya saltado los torniquetes, el abrigo inusual parece ser una chamarra de mezclilla, -y permítanme añadir algo, ese día, el 22 de julio, yo tenía frío y lamente, toda la mañana, haber traído puesta sólo una chamarra de mezclilla-. Pero quizás lo mas importante, la supuesta desobediencia a las ordenes de la policía, es lo mas complejo. Se dice que a Menezes lo seguían desde que salió de su apartamento y que se le permitió tomar el camión de la ruta 2, ¿por qué? Más aun, los policías que lo vigilaban, como muchos de los cuerpos policíacos que patrullan Londres recientemente, no portaban uniforme; así que especulemos: si yo me doy cuenta de que me siguen varios hombres y de pronto me gritan que me detenga, diciendo que son policías, es muy probable que eche a correr y que busque un lugar público de refugio, por ejemplo, el metro. Ahora, que yo siga corriendo, que me suba a un vagón y que en ese momento me den 7 tiros en la cabeza y uno en el hombro, es algo que no parece seguirse de una “presunta sospecha justificada” de tan larga duración.
Habrá que esperar que concluya la investigación que se hace de forma independiente, pero el problema de fondo no se resolverá. Con suerte, la policía no tendrá que volver a poner su sagacidad a prueba; pero no, es algo que hace a diario, en las redadas que se vuelven cotidianas y, seguramente, en las aprensiones violentas que están por venir. En este contexto, sostener la orden de tirar a matar frente a un sospechoso o sospechosa sólo parece que seguirá abriendo la escalada de muerte y terror en la que puede sumergirse por varias décadas Inglaterra.
Si bien ha habido un amplio debate sobre el tema, el punto ha sido reafirmado una y otra vez: la fuerzas del orden tienen todo el derecho para actuar en franca violación de los derechos humanos, si está en riesgo la vida de otras y de otros.
El argumento, si bien inmoral, parece ser convincente para la población, más del 65% lo ha aprobado en las encuestas de la BBC. En un tono jactancioso, algunos reporteros y algunas reporteras han preguntado, a personajes que han criticado la medida, cosas como ésta: si alguien viene corriendo hacia usted y quizás oculta entre sus ropas una bomba, ¿no debe la policía disparar? (Se entiende que, a la usanza israelita, debe disparar a la cabeza y hacer estallar el cerebro para impedir que el cuerpo responda, que un solo dedo pueda tener fuerza para jalar un cordón y activar una bomba). La respuesta, generalmente, ha sido sí, debe de disparar, pero sólo como última medida y en caso de que haya justificada sospecha. El problema, como se ve, no tiene solución. ¿Qué es justificada sospecha?
Se dijo, en busca de tal justificación, que Menezes no respondió a las indicaciones de la policía, que saltó los torniquetes del metro y que portaba un abrigo inusual para verano. No sólo eso, la inmediata reacción del jefe de la policía fue engreída y peligrosa, afirmó que esto era una indicación de que se debían obedecer las ordenes de la policía. A la mejor costumbre de las formas de poder, el jefe nos amenazó por imprudentes. Sin embargo, poco a poco se han ido aclarando las cosas: no hay ninguna prueba de que Menezes haya saltado los torniquetes, el abrigo inusual parece ser una chamarra de mezclilla, -y permítanme añadir algo, ese día, el 22 de julio, yo tenía frío y lamente, toda la mañana, haber traído puesta sólo una chamarra de mezclilla-. Pero quizás lo mas importante, la supuesta desobediencia a las ordenes de la policía, es lo mas complejo. Se dice que a Menezes lo seguían desde que salió de su apartamento y que se le permitió tomar el camión de la ruta 2, ¿por qué? Más aun, los policías que lo vigilaban, como muchos de los cuerpos policíacos que patrullan Londres recientemente, no portaban uniforme; así que especulemos: si yo me doy cuenta de que me siguen varios hombres y de pronto me gritan que me detenga, diciendo que son policías, es muy probable que eche a correr y que busque un lugar público de refugio, por ejemplo, el metro. Ahora, que yo siga corriendo, que me suba a un vagón y que en ese momento me den 7 tiros en la cabeza y uno en el hombro, es algo que no parece seguirse de una “presunta sospecha justificada” de tan larga duración.
Habrá que esperar que concluya la investigación que se hace de forma independiente, pero el problema de fondo no se resolverá. Con suerte, la policía no tendrá que volver a poner su sagacidad a prueba; pero no, es algo que hace a diario, en las redadas que se vuelven cotidianas y, seguramente, en las aprensiones violentas que están por venir. En este contexto, sostener la orden de tirar a matar frente a un sospechoso o sospechosa sólo parece que seguirá abriendo la escalada de muerte y terror en la que puede sumergirse por varias décadas Inglaterra.