Bolívar Echeverría construye un mirador teórico que llama ethos histórico, “un concepto referido a la necesidad en que está el discurso reflexivo de pensar coherentemente la encrucijada de lo que se entiende por ‘historia económica’ y lo que se conoce como ‘historia cultural’." El y la investigadora debe optar por una determinante, según su observación del mundo material. Echeverría opta por una determinante cultural, claramente establecida después de los años 70 del siglo XX. Quizá ahora se imponga una determinante económica, qué ethos nos esperarían entones: el ethos domesticus, el ethos postnacional o postestatal, el ethos pandemus, el ser humano encapsulado, el violento y quizá postcapitalista despliegue de las formas nómadas, exiliadas y migrantes. En el discurso de Echeverría, ese mirador lo llevó a establecer el ethos barroco, como la posibilidad más potente de ese ethos histórico, de esa historia económica y cultural.
Dentro de los principios barrocos que Bolívar Echeverría detecta para explicar la socialidad americana, está el principio de exageración, que etimológicamente tiene que ver con acumular. Otro principio central es derrochar. Ahí se constituye una dialéctica americana, trágica y festiva: acumular y derrochar. La base de comportamiento acumulativa se centra una y otra vez en una exageración estética y sacra, festiva y ritual. De hecho, es esa dinámica la que marca el nexo temprano entre el arte barroco y el catolicismo de la contrarreforma. A lo largo de toda la historia americana esto se manifiesta constantemente como una exacerbación de estilos artísticos, poliformas estéticas y políticas barrocas, y una infatigable ritualización de la vida cotidiana.