EL PRI. SOBRE UNA NOTA DE BOLÍVAR ECHEVERRÍA
¿Qué es el PRI? ¿Hay
esencialmente algo que lo alcance a definir? ¿Por qué, realmente, será
imposible su cabal regreso, tal como fue imposible su plena continuidad bajo
las ominosas siglas del PAN? Bolívar Echeverría escribió en Ziranda, columna que publicó entre febrero de
2003 y enero de 2004 en la revista Universidad
de México, una ingeniosa
alegoría que título Quid pro quo:
Una metáfora sobre las causas de la
permanencia del PRI, pese y a través de su larga claudicación como proyecto de
política económica y de su desmoronamiento espectacular en el escenario
electoral, tendría que presentarla, más que como fruto de la adicción de un
organismo social a una droga llamada “prixina” y menos aun que como un rasgo
constitutivo de la “mexicanidad”, como un virus-pri cibernético o mensaje
mínimo perturbador del comportamiento político mexicano. El virus sería un
híbrido, una combinación inestable de dos culturas políticas modernas
incompatibles entre sí, que se habrían mostrado incapaces de vencer la una
sobre la otra o de mestizarse y transitar a una cultura política alternativa.
Sería un intento perverso de confundir dos tipos contrapuestos de legitimación
de la autoridad del gobierno, el que la afirma como efecto de la representación
de la sociedad civil y el que la reivindica como resultado de la identificación
con el pueblo.
La idea de Bolívar tiene varias ventajas para pensar al
“nuevo” PRI y nos permite atisbar la brutalidad, siempre en ascenso con el
gobierno del PAN, de la nueva crisis que se aproxima en México. Quiero destacar
algunos elementos:
1.
No hay una adicción a ese partido y a sus
gobernantes; no hay una tentación psicológica que nos impele a tener un
tlatoani o un emperador. Incluso, por más que entre algunas clases y sectores
se haya dicho que, por lo menos, los priistas pondrían orden dentro del crimen
organizado; lo cierto es que la mayoría de las y los mexicanos saben que los
gobiernos priistas han sido tan incompetentes y, en muchos casos documentados,
cómplices del crimen organizado en los primeros años del siglo XXI.
2.
Si acaso existe, eso que se fantasea
con llamar “mexicanidad”, no tendría un rasgo constitutivo en el despliegue del
priismo. “Todos somos corruptos”, “todos somos priistas” o “todos somos
católicos” son fabricaciones débiles que se quiebran con políticas mínimas de
educación y, en especial, con una distribución justa y equitativa de la
riqueza.
3.
El PRI, pues, es un virus, dice
Bolívar. Y esto nos permite explicar varias cosas; por ejemplo, ofrece una
parcial y metafórica explicación de por qué no podemos deshacernos de él. No es
una bacteria; como lo indica el latín, es un veneno. No es un ser vivo, sino
que necesita de organismos vivos para manifestarse. Metafóricamente, es una
especie de virus cibernético, y cuando uno de ellos habita en la el disco duro
de nuestra computadora hay ciertas estrategias privadas para protegernos pero, generalmente
veces, terminamos por borrarlo todo o adquirir otra máquina. No podemos
proceder así con un país infectado.
4.
Bolívar señala que el fracaso al que
conduce este híbrido radica en no optar por un tipo de legitimación entre dos
ideas contrapuestas: la representación de la sociedad civil o la identificación
con el pueblo. Al observar cómo nos quedamos a la zaga de los países
latinoamericanos, percibimos que muchos de ellos han optado por una de las dos
opciones. El carisma y poder del nuevo líder o caudillo o el respecto a las
instituciones que ha fundado la sociedad burguesa. Sea como sea, esto no ha
ocurrido en México, ese virus lo ha impedido al desarrollar un modo trabado
entre la civilidad política y el autoritarismo. Un modus operandi que navega de una forma de legitimación hacia otra y
contamina las formas elementales de nuestra sociabilidad. Un modo, no está de
más recordarlo, infringido en gran medida por la histórica amenaza del corrupto
y decadente imperio norteamericano.
5.
En este inicio de la segunda década del
siglo XXI, la situación de México es muy compleja, entre otras cosas, porque
ese intento perverso de confundir dos
tipos contrapuestos de legitimación de la autoridad del gobierno está llegando a su fin. Una vez más, el PRI, como lo ha
hecho en el terreno electoral desde 1988 –en otros lo ha hecho muchos antes-,
vacía de contenido a las instituciones nacionales. Ahora lo hizo en complicidad
con los medios de comunicación, al falsificar encuestas amparados en sus
“métodos científicos de medición”; ejerciendo gastos ilegales en su campaña; y
comprando votos a través de una red financiera. Fatalmente, el PRI usurpa una
vez más la soberanía y hace que cada vez más “ciudadanos” sean ajenos a los
procesos formales de legitimación y legalidad. ¿Cómo va ese gobierno a formar
una nación elementalmente justa y segura, con un mínimo de identidad que le
permita jugar el juego económicamente desquiciado de la soberanía mundial,
cuando ni siquiera entiende qué es la legitimación que da representar a esa
esfera que llamamos “sociedad civil”? Si todavía no “regresan” al poder y, tragicómicos
como siempre han sido, ya andan vendiendo lo que resta de la riqueza nacional,
desmantelando lo que queda de las clases productivas, erosionando las
formaciones precarias de nuestra dignidad y sociabilidad civil, todo de la mano
del partido de la derecha, el PAN, que ahora se encuentra desmantelado después
de su fracaso de 12 años en el poder.
6.
¿Será entonces que
quieran encarnar la identidad popular? No, la broma de que el candidato priista
era un ente popular creado por las televisoras, es eso, un divertimiento
social; nefasto y dañino, como la Coca-cola, pero un divertimento. Así no se
gobierna, ni se acaudilla ni se dirige a un pueblo. ¿Dónde están, como muchos
se han preguntado, las manifestaciones espontáneas de júbilo y apoyo al priismo
después de su victoria? Salinas de Gortari entendió que esa caricatura la agotó
López Portillo con su melodrama y él se erigió como la encarnación de las y los
mexicanos modernistas; las clases sociales que nos harían una nación del primer
mundo, antes que nadie los empresarios, luego los intelectuales y, claro, ¡oh
modernidad!, los jerarcas eclesiales. Después de él, ya nadie ha jugado en ese
papel, por eso los presidentes del PAN son los más ridiculizables políticos en
la historia nacional contemporánea. Cuando aparecen en un cartón no queda
ningún remanente de dignidad que emane del personaje. ¿Cómo lo hará Peña Nieto,
realmente cree que los medios de comunicación televisivos, ya pronto en desuso
por el avance de las tecnologías, le garantizarán el apoyo popular, de quién va
a aprender, de los fracasos y ridículos Sarkozy o de los de Berlusconi?
7.
Ambas formas de
legitimación se han minado en México y lo que se ve en el horizonte inmediato
en el desquiciamiento del virus; hagamos fuerza de razón, crítica y sentido
común frente a la despedida de ese organismo y no sólo practiquemos la desesperanza,
el suicidio social o la decadencia. Bolívar Echeverría definió la situación
decadente como “la experiencia básica, entre desesperada y melancólica”, donde
uno se ve obligado a “defender convicciones que, de tan deleznables, se
quiebran en ti mismo antes de abandonar tu boca”. No permitamos que se instaure
esa desesperanza melancólica pues algo quedará cuando llegue el final de esa especie
de toxina que llamamos PRI.
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