Mí país precioso

En el Gorgias, un diálogo platónico furioso contra las formas de poder, Sócrates describe a la Retórica como la simulación de la política, como un ejercicio de engaño y de adulación; como un puro acto del fingir. Después, sin eufemismo alguno, habla de cortar, quemar y golpear, de las torturas a las que el cuerpo y el alma deben de ser sometidos por cometer actos de injusticia. Sufrirá el que las padezca, pero menos que aquél que siendo injusto no las padezca. Y aquél o aquélla que las inflige, en un acto de justicia, también sufrirá por comprender la degradación moral de la sociedad y la necesidad del castigo.

Se trata, como se ve, de un diálogo desesperado, en el que Sócrates ve la dificultad, ya occidental, de asociar el padecimiento moral con el dolor físico del alma y del cuerpo. A él le responden, palabras más o menos, que es mejor hacer canalla y esconder el bulto... además, esa vida, la del dinero y el poder, puede ser una vida llena de placer.

En estos aciagos días, el Gobernador, sí el Precioso, y el Héroe, acompañados del coro mendaz de los idiotas, la Primera Dama y los aspirantes al poder, nos dan fehaciente prueba de que pensar en el alma es imposible. Su amoralidad es un dato exacto, pertenecen a otro mundo, una especie de purgatorio dichoso donde violan niñas, torturan, esclavizan, reparten ganancias y beben el desprecio en finas botellas a la hora en que cae la navidad.


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